Historia Común

Desde el punto de vista histórico estas tierras del Noroeste Peninsular poseyeron trazos de cultura común durante milenios. Así pues, en casi toda el área geográfica se extendió la cultura megalítica en el tercer milenio antes de Cristo, que fue seguida por la llamada cultura del vaso campaniforme, la cual presupone el comienzo de la metalurgia del oro y cobre y un inicio para las influencias del bronce mediterráneo y atlántico a lo largo del segundo milenio a. de C. y comienzos del primero.

Por otro lado el noroeste peninsular es una región donde lo céltico, por las razones de mutua apropiación anteriormente expuestas, deja de ser lo específico céltico, común a otras regiones, para ser otra cultura muy propia, elemento analítico para la comprensión de sus expresiones de organización social, procesos rituales, mundo simbólico e incluso de cultura material de la que los castros son ejemplo acabado. Se conocen restos de más de cinco mil, algunos excavados, como Carvalhelhos, Briteiros y Sobroso en Portugal, o Sta.Trega, Baroña, Castromao y Viladonga, en Galicia. Esta cultura, propia de pueblos llamados galaicos por los escritores clásicos, es fruto de influencias céltico-indo-europeas y también mediterráneas, que se sumaron al substrato local.

Patrimonio2Cuando se habla del mundo simbólico, normalmente se invoca la marca del mundo céltico. A pesar de la obsesión etnogenética de la mayor parte de los estudios que retratan a los celtas como una unidad identitaria, explicativa de la cultura del noroeste peninsular, si en un primer momento sobre valoró esta referencia para legitimar una uniformidad en la cultura de esta región, en un segundo, provocó una fuerte critica y encarnizada oposición de gran parte de la comunidad científica. Además de las cuestiones científicas, ya de por sí polémicas, otras, como las políticas, dieron alas a interpretaciones parciales nacionalistas, como el caso del Nuevo Estado en Portugal y del Gobierno Franquista en España, que perjudicaron un sereno enfoque de la cuestión. Antes de cualquier formulación teórica importa entender lo que queremos afirmar por céltico y por «celtas», pues tal vez los presupuestos hayan hecho inviables acercamientos científicos al problema.

Cualquier aproximación al estudio de la cuestión celta en el noroeste peninsular debe traspasar la dimensión arqueológica o incluso lingüística, para ser realizada a través de una complejidad de campos de análisis que, creemos define la especificidad de la cultura de esta región. La celticidad del noroeste peninsular se hace con la prevalencia de mutuas interferencias provocadas por el contacto de un substrato proto-celta con los nuevos grupos que aquí llegaron, siendo que se inicia así una mutua apropiación cultural que caracteriza la diversidad y complejidad de la realidad celta, tanto en el ámbito geográfico como cronológico. Además de cualquier polémica, es innegable la prevalencia de las componentes célticas en la lengua, sea cual sea el nivel y el momento de la relación entre la lengua lusitana y la celta, lo que configura una relativa identidad lingüística en los territorios de la antigua Gallaecia.

Pero más de lo que el dato lingüística, por sí mismo importante, fue la confluencia de pueblos y de culturas que se dejó plasmar por un padrón de residencia y por una organización social impuestos por las limitaciones económicas y ecológicas de la región. Es a este conjunto de particularidades que se puede atribuir una identidad propia, una cultura, que los romanos reconocieron en una Gallaecia multi-étnica, variada en las lenguas y en los pueblos, pero unitaria como territorio culturalmente identificado.

Esta Gallaecia creada por los romanos, abarcaba las tierras de Galicia, Norte de Portugal, Asturias y León, contando con ciudades como Lucus Augusti (Lugo) en la actual Galicia, Brácara Augusta (Braga) en el Norte de Portugal, y Astúrica Augusta (Astorga) en León.

La influencia de la administración, de la lengua y de la religión transmitida por los romanos, así como nuevas técnicas de trabajo agrícola, fue fundamental, también aquí. La huella de Roma se hizo sentir en diversas manifestaciones culturales que llegaron asta tiempos recientes, entre las cuales se pueden destacar el comienzo de una cristianización del Noroeste, con puntuales peculiaridades, como el movimiento priscilianista en los siglos IV-V, y una lenta latinización que desembocará, con el paso del tiempo, en la aparición de lenguas neo-latinas entre las cuales surge la lengua galaico-portuguesa medieval.

A pesar de todo ello, lo cierto es que tanto esta influencia, como la dos Suevos (con capital en esta región) y la de los Visigodos, poco alteró el mundo construido por pueblos pre-indo-europeos e indo-europeos, Celtas e Iberos, y readaptado por la cultura de la alta Edad Media.

En una región con tradicionales dificultades de organizarse a base de fuertes estructuras urbanas, y donde la prevalencia de economía agraria, a pesar de no encontrar muchos espacios de excelencia para desarrollarse, creó comunidades que tuvieron que desarrollar una relación especial con la naturaleza para negociar su supervivencia, donde la economía agro-pastoril predominó y la exploración de los recursos marítimos fue siempre una alternativa, desde tiempos inmemoriales, como demuestran los desperdicios alimentarios de algunos castros. La desorganización del imperio romano en su declive, las constantes desavenencias durante la ocupación sueva y visigótica y la nunca consolidada ocupación musulmana -región considerada por los bereberes pobre y sin interés de tal forma que abandonaron sus posiciones fortificadas y nunca más las ocuparon- hicieron que esta región del noroeste peninsular perdiese las relaciones con centros administrativos estables, y diese origen a comunidades rurales que privilegiaron los vínculos de solidaridad parental y vecinal, regresando a prácticas arcaicas de subsistencia. Son éstas marcas de una naturaleza difícil pero acogedora y en lucha constante con las aspiraciones de los humanos, de una sociedad basada en comunidades fuertemente unidas por lazos de parentesco y de vecindad, de las que los «consejos» transmontanos son testigo, desconociendo la autoridad centralizadora y desconfiada del espacio urbano, que definen la cultura de esta región y que se reflejan en su tradición oral.

A diferencia de lo que aconteció en el centro y sur de la Península, aquí sobrevivió, en el siglo VIII y siguientes, una cultura romano-cristiana que permitió a un investigador y pensador gallego, Vicente Risco, definir al hombre galaico como un homo infimae latinitatis. Los vínculos con la Europa cristiana se reforzaron, también, con la «invención» del sepulcro del Apóstol Santiago, en Compostela a partir de comienzos del siglo IX, fenómeno que perdura en los siglos siguientes y que implica una estrecha relación con otros pueblos europeos situados más allá de los Pirineos, o que se reflejará en leyendas de la tradición oral, concretamente en los romances.

Podemos, en general, afirmar, que, a pesar de los ligeros matices locales, la unidad cultural y política representada por la vieja Gallaecia es un hecho hasta el siglo XII. A partir de esta fecha, sin embargo, comienza una lenta pero continua divergencia de base política entre las tierras situadas al Norte y al Sur del Miño.

Mientras que Galicia, es decir, la parte septentrional del conjunto, queda sometida a la monarquía leonesa-castellana, Portugal se constituyó como reino independiente, bajo el monarca Afonso Henriques y sus sucesores, produciéndose, además, una descentralización de los centros de poder en dirección al Sur, Coimbra y Lisboa, a partir de los cuales irradiaron peculiaridades culturales generadoras de pequeñas diferencias, por ejemplo en la lengua, y, sobre todo, contribuyendo para desarrollar sentimientos de dependencia y de posesión distintos.

nin_raia_nin_marLos datos anteriores nos permiten establecer una diferenciación entre Galicia y el Norte de Portugal en lo que a dependencias políticas se refiere, así como reconocer que ambos territorios dependieron de una «cultura de Estado» diferente. Pero es preciso advertir que, hasta el siglo XIX, tanto el estado portugués como el español eran estados pre- o proto-nacionales, fruto de concepciones patrimoniales de los respectivos, y, por tanto, no tenderán a crear una uniformidad cultural en las capas populares de la población, formadas especialmente por campesinos, artesanos y marineros, lo que facilitó la permanencia de formas de cultura tradicional con grandes semejanzas en ambos lados del Minho y de la raya seca de las tierras más orientales. Con posterioridad, a partir del siglo XIX avanzado, la lenta implantación de estados nacional-liberales en España y en Portugal provocó la aparición de políticas encaminadas a consolidar un espacio nacional uniforme, como sucede en otras zonas de Europa. Pero debe tenerse en cuenta que estos dos estados sufrieron una debilidad crónica que les impidió satisfacer plenamente sus deseos de crear una ciudadanía con cultura uniforme de estado.

Las contingencias de la Historia, que se acaban de relatar, hicieron que el Noroeste Peninsular se caracterizase por una fuerte sociedad rural, de la que las manifestaciones culturales son su espejo más seguro.
La rica lírica galaico-portuguesa de los siglos XIII y XIV fue escrita en una lengua cortesana común, basada en una tradición popular de carácter oral, a autores gallegos y portugueses pero, poco a poco, en un largo proceso que llega hasta nuestros días, los trazos comunes convivirán con divergencias, lo que permite considerar el gallego y el portugués como lenguas muy próximas, pero diferenciables.

La literatura galaico-portuguesa encuentra formas de erudición y lugar en las élites, pero es la Tradición Oral la máxima expresión del sentir y del actuar de esta región. Ella interpreta el mundo natural de donde nace; ella expresa los sentimientos de aquellos que en él trabajan y en él se trascienden. Y no es por casualidad que en ella subsisten aún, como lenguaje de pueblo, trazos comunes de lengua de ambos lados de la frontera, como es el caso en la Baja Limia (Galicia) y en Castro Laboreiro (Portugal).

La deficiente escolarización favoreció la conservación de una cultura de transmisión oral y de carácter muy local tanto en lo que se refiere al aprovechamiento del medio natural como a la organización social o al universo creencial-simbólico y creativo. Un brillante grupo de arqueólogos, lingüistas, literatos, historiadores y etnógrafos/folcloristas, con figuras como Teófilo Braga, Leite de Vasconcelos, Mantíns Sarmento, Coelho, Vieira Braga, J. Dias, etc. en Portugal, o Manuel Murguía y los miembros del Seminario de Estudos Galegos en Galicia nos dan cuenta de la cultura pasada y presente de las capas populares para documentar formas culturales que estaban siendo debilitadas por la acción conjunta de las respectivas culturas de estado y de las innovaciones tecnológicas. Aunque los principios por ellos defendidos puedan ser interpretados como muestras de conservadurismo, es preciso reconocer que gracias a su esfuerzo, podemos evaluar manifestaciones singulares que deben ser conservadas, dentro de lo posible e incluso reactivadas para dar respuesta a las amenazas de la globalización indiscriminada propia de nuestros tiempos.

Sólo la prevalencia de los modelos de organización social y económica de los procesos rituales y de un consecuente mundo simbólico, posibles por la especificidad ecológica de la región, su historia política y económica, justifican una conciencia de pertenencia por parte de las comunidades aquí residentes a una común referencia cultural, por más variadas que sean en el presente las respectivas prácticas sociales. Pero esa conciencia se refuerza cuando los actores sociales toman conocimiento de características lingüísticas comunes y de un mundo simbólico muy próximo verificado en la experiencia de «Ponte … nas Ondas!», de la que la cultura oral es máxima expresión. En un mundo en transformación, donde las imposiciones ecológicas, económicas y políticas del pasado ya no se hacen sentir, la prevalencia de esta Tradición Oral está en riesgo, y la riqueza simbólica de generaciones de mujeres y hombres que la vivieron puede desaparecer.

No obstante, el propósito de la valoración y de la proclamación de esta Tradición Oral no asume los entornos que en el pasado más reciente las tesis folcloristas nacionalistas procuraron: celebrar una pureza original, un «pueblo» que debe ser preservado de toda modernidad y sea conforme a los dictámenes de un ideal geológico que, pretendidamente defensor de una verdad cultural y étnica se transforma en una esclavitud de la identidad perdida. Este patrimonio es excepcional porque es la consubstanciación de una vivencia extraordinaria de comunidades humanas entre una naturaleza difícil y circunstancias históricas originales, y que lo hace con riqueza literaria, fantasía desbordante y sentido muy oportuno. Se trata de un Patrimonio donde los temas de la naturaleza, del amor, del trabajo, del bien y del mal, la fortuna y la desgracia, del descubrimiento y de la admiración por lo mágico y fantástico, y de una forma particular, por el papel original y central que en el ocupa la mujer.. En los cuentos, leyendas, versos alusivos al trabajo, al amor, a los santos, en el sarcasmo de las quemas de Judas y de las fiestas de los «rapaces», en la ironía de las cantigas al desafío y en las otras cantigas, de las que nuestros cancioneros populares son ejemplo, está todo el mundo cultural del Noroeste Peninsular. Este es un patrimonio que los habitantes de esta región asumen como suyo, definidor de una pertenencia común entre otras tantas a que cada grupo se agrega. Declararlo Patrimonio de la Humanidad es afirmar no sólo su excepcionalidad, a su extraordinaria creación y perseverancia a lo largo de los siglos, como querer compartirlo con la comunidad humana que habita en el globo terráqueo.

Siendo en el pasado muy frecuente en las prácticas cotidianas de los habitantes de esta región, durante su trabajo y sus fiestas, acompañando los ciclos agrarios y las romerías, agregándose a las profesiones y a los artesanos, invocando la suerte y la fortuna o previendo la desgracia y temiendo el mal, esta Tradición Oral, dadas las transformaciones del mundo rural, prevalece hoy en pequeños apuntes de lo cotidiano e incluso se deja ver en ocasiones más festivas, momentos de excepción, ligado al canto y a los bailes o en un asombro de celebración de la naturaleza, en los rituales de los ciclos festivos y de los ciclos naturales.

En lo cotidiano surgen los proverbios y los aforismos, los rezos, las descripciones y prescripciones de la medicina tradicional, como se encuentra en Barroso, la clasificación del trabajo y de las lides profesionales.
Al sentido de lo cotidiano se añade el sentido del ciclo agrario y de los acontecimientos que éste proporciona: las siembras, las recolecciones y las trillas. Para toda ocasión el Nordestino tiene una cantiga, para todo trabajo una reflexión rimada, para toda gesta un romance y para cualquier circunstancia de la vida un refrán.

Economistas, historiadores, sociólogos y antropólogos acostumbran a establecer un horizonte de referencia para fijar el comienzo de una crisis irreversible en el viejo sistema cultural de Galicia y del norte de Portugal. A pesar de los diversos antecedentes que anuncian esta crisis, es en la década de los sesenta, del siglo XX, cuando se produce una emigración masiva junto con transformaciones demográficas intensas, tecnificación de las explotaciones agrarias supervivientes y de las actividades pesqueras, popularización de productos industriales, acceso generalizado a la cultura letrada y a los medios de comunicación, o nuevas formas de familia y de diversión. En este contexto las formas de cultura oral desaparecen o sobreviven en la memoria de los mayores, o en circunstancias en las que estrategias de adaptación a la nueva situación permiten conservar viejas técnicas, habilidades y celebraciones que mantienen formas tradicionales o alcanzan nuevos significados sociales, como, por ejemplo, la de ser elevadas a símbolo de identidad local, gallega o portuguesa.

Por otro lado, el factor migratorio, común a ambas as comunidades es explicable por la deficiente economía agraria, es un fenómeno que tiene su origen a partir de mediados del siglo XIX y es persistente todavía hoy. La emigración y la colonización llevó a que esta cultura oral forme parte del patrimonio de países como Brasil, Angola, Mozambique, Cuba o Argentina.

Una cuestión que valora de manera especial esta candidatura es la referida a la nueva situación de esta área geo-cultural como consecuencia de la incorporación a la Unión Europea. En efecto, si Galicia giró en la órbita del Estado Español, y las tierras situadas entre el Miño y el Duero hicieron lo mismo en relación con el Estado Portugués, ahora comienza a diseñarse un espacio transfronterizo denominado la eurorregión Galicia-Norte de Portugal. En esta coyuntura histórica resulta de especial interés recuperar el viejo patrimonio cultural común, que debe dejar de ser un patrimonio con formas coincidentes para ser cada vez más un patrimonio de formas compartidas. Dicho de otra manera, la valoración de la cultura oral galaico-portuguesa puede ser un camino importante para reforzar una relación inevitable por imperativos históricos, además de facilitar la proyección de esta área en ámbitos europeos y universales.